Todos nacemos como príncipes y princesas, pero, a veces, nuestra educación nos convierte en sapos; éste es uno de los postulados del análisis transaccional, escuela de psicología creada por Eric Berne (1910-1970), basada en el estudio de las interacciones entre las personas.
Muchos relacionan este modelo con las estructuras de la personalidad y sus estados del yo padre, adulto y niño. Pero sus diversos instrumentos -que abordan toda la complejidad del ser humano-, así como sus aplicaciones tanto en la familia, la educación, la empresa y la comunidad hacen de éste un sistema muy completo. En 1964 Berne creó la Asociación Internacional de Análisis Transaccional (ITAA), que hoy se define como una organización, con miembros en 65 países, cuyo propósito es impulsar la teoría, los métodos y los principios de esta corriente. Existe también la Asociación Latinoamericana de Análisis Transaccional, a la que está adscrita la Asociación Venezolana de Análisis Transaccional (AVA), creada, en 1976, por el doctor Luis Maggi Calcaño.
Berne dio a conocer sus conceptos en varios libros. Su obra Juegos en que participamos fue un bestseller que llevó la psicología al alcance del hombre común. Las enseñanzas de libros como Qué dice Ud después de decir hola, de Berne y Yo estoy bien, tú estás bien, de Thomas Harris, discípulo de Berne, siguen teniendo vigencia hoy en día.
Lulula Quintero, psicóloga de la Universidad Católica Andrés Bello, con postgrado en psicología clínica y en terapia familiar, y con 30 años de experiencia en el manejo del análisis transaccional, destaca las virtudes de esta corriente: «Cuando yo descubrí el análisis transaccional venía de hacer el postgrado en terapia familiar. Me pareció un enfoque muy amplio que le daba respuestas a todas mis preguntas y que me servía a mí y a los demás. El que hace análisis transaccional hace un cuestionamiento de sus propias reacciones, de su propia conducta y sentimientos y eso me pareció una cosa muy hermosa, una oportunidad para crecer e invitar al otro a hacerlo. Es una teoría integradora y no excluyente».
Los estados del yo
Uno de los conceptos fundamentales del análisis transaccional es la estructura de la personalidad: los estados del yo. Esta teoría permite entender por qué actuamos de una manera determinada
y cómo provocamos en los demás una reacción dada. Es una revelación que no sólo nos hace conocernos más a nosotros mismos sino que nos permite tener mejores relaciones interpersonales.
En el libro La persona más importante de tu vida eres tú, sus autoras, Lulula Quintero y Doris Boersner, explican que cada quien lleva tres personalidades: «Berne las describió como estado del Yo Padre, estado del Yo Adulto y estado del Yo Niño. En el estado del Yo Padre, nuestra conducta será guiada por opiniones, creencias y juicios. En el estado del Yo Adulto, nuestra conducta será determinada por el pensamiento, la lógica, los datos que provienen de la realidad. La conducta del estado del Yo Niño está regida por nuestros sentimientos, deseos y nuestras necesidades biológicas y psicológicas».
Como bien argumentan Quintero y Boersner, las personas suelen utilizar un estado del yo con más frecuencia que los otros dos: «Nos sentimos más seguros en ese estado del yo. Esta conducta la aprendimos cuando éramos pequeños para poder sobrevivir en nuestro ambiente familiar».
El lenguaje que se emplea indica en qué estado la persona se encuentra. «En el estado del Yo Padre (P) usamos palabras como ‘deberías’ y ‘tienes que’, ‘te apoyo’, ‘te felicito’, al igual que frases que significan una orden o una crítica, que señalan valores. En el estado del Yo Adulto (A) usamos ‘pienso qué’, ‘es lógico’, y palabras que indican manejo de información: ‘cuánto’, ‘¿por qué?’. En el estado del Yo Niño (N) preferimos ‘quiero’, ‘necesito’, ‘deseo’, ‘chévere’, y frases que indican sensaciones y emociones e intuición y creatividad».
Destaca que el estado padre es la interiorización de la imagen que la persona se forma de sus padres y maestros, de las personas de autoridad que le rodearon cuando era niño. Este estado padre tiene cuatro sub-estados: El padre crítico negativo (cuando sus críticas aplastan y castran) y el positivo (cuando hace sus observaciones de una manera que permite crecer); el padre nutritivo negativo (sobreprotege, no permite crecer) y el positivo (que educa, apoya y acompaña). También en el padre hay emociones, así como en el niño hay un pequeño profesor. Esto es parte de la complejidad del ser humano y queda bien estudiado en este modelo.
De acuerdo con este enfoque los padres críticos y nutritivos crean niños sumisos y niños rebeldes. Cuando una madre o un padre actúan mayoritariamente de esta manera hacen de su hijo o hija un niño sumiso o rebelde. «Si nuestros mayores se comportaban principalmente como padres críticos es muy probable que hayamos entonces desarrollado un niño interior sumiso o uno rebelde que está en consonancia con ese padre crítico. El niño sometido al dominio de ese padre crítico, sin voluntad propia ni confianza en sí mismo, también puede convertirse en una persona rebelde, que se rebela ante la imposición y ante todo lo que le suene a autoridad».
Ocurre que si la persona no cambia, repite el tipo de relación que tuvo en la infancia, ya sea en su relación de pareja o en el ámbito de trabajo. Una persona que funcione predominantemente en su niño sumiso se casa con otra que está normalmente en su padre crítico o en su padre sobreprotector y ésta le dice hasta cómo se tiene que vestir. Igualmente, en el trabajo puede verse que la persona nunca toma la iniciativa, siempre busca que le digan lo que tiene que hacer. En la cotidianidad suele pasar que una persona al actuar frente a otra como padre crítico provoca en ella la reacción de un niño sumiso o un niño rebelde. Por ejemplo, el maestro que critica y denigra al alumno dispara en éste pensamientos o de minusvalía (sumiso) o de rechazo y rabia (rebelde).
Algunas personas, al haber crecido bajo ese tipo de autoridad férrea, la siguen viendo y proyectando en los demás, se sienten presionados por los demás, pero la presión viene principalmente de su propio padre crítico. Son personas que se sienten desaprobadas. La voz de su padre crítico es tan rápida al criticar a su niño interno que el adulto no la oye, simplemente empieza a sentirse mal. Vive en un diálogo interno entre ese criticón (que le da la orden de hacerlo mejor la próxima vez) y el niño atormentado hasta que el adulto interviene como árbitro a poner orden. Si esa persona no tuviera su propio padre crítico fuerte, el padre fuerte de afuera no le haría sentirse tan mal.
Pero como bien lo explica la autora, la sociedad ha ido cambiando. Ya los padres no son tan críticos como hace unas generaciones en la que era común escuchar la frase «muchacho no es gente». Muchos han tomado conciencia de la necesidad de dar un buen trato a los niños. Al haber menos padres críticos negativos hay menos niños sumisos y rebeldes. Podría decirse que ese cambio ha influido también en que los niños de ahora sean más como un pequeño profesor. Son muy inteligentes, con más acceso a la información y, además, se sienten con derecho a expresarse, a indagar; no se conforman con la antigua respuesta «porque lo digo yo». La formación de estos niños es un reto que requiere mayor conocimiento y formación, no sólo como padres sino como personas.
Dejad que los niños vengan a mí
Es el niño libre, la intuición,
la creatividad la que nos acerca
a la felicidad, a nuestro cielo particular. Lulula Quintero, presidenta de la Asociación Venezolana de Análisis Transaccional (AVAT), considera
que el instrumento más potente
de este enfoque para el cambio
del individuo o de una interacción
de grupo es la caricia. «Porque
la caricia, en primer lugar, eleva
la autoestima, invita a la persona
a sentirse mejor con ella misma. Cuando hablamos de caricia,
el término es muy general, pero
se refiere a darle a la persona
lo que la persona realmente
está necesitando. Una caricia puede ser un apoyo cariñoso o ayuda a que la persona se sienta acompañada en la circunstancia que le toca vivir. Cuando una persona está en terapia y empieza el proceso del cambio debe recibir caricias
por tales cambios. Entonces, cuando las recibe se establece un ciclo de retroalimentación; a mayor caricia mayor es el cambio hacia lo positivo, hacia
la convivencia. A veces una frase puede cambiar el estado de ánimo
de una persona y una conducta también», afirma Quintero.
Para esta especialista es prioritaria la aplicación de estas herramientas en las familias. «Los padres están repitiendo conductas que ya están desactualizadas. Los muchachos están recibiendo una información avasallante y los padres no pueden estar con los mismos patrones de hacen tantos años, con los que fueron formados. Hay que acercarse más al hijo. En lugar del regaño, una conversación. Eso siempre da resultado y, después de ésta, un buen abrazo para que sepa que es aceptado y que es querido».