Dios, Padre-Madre celestial, mi creador, decido amarte.
Decido amarte al amar los rayos de sol que se posan en mis manos, en la brisa que me silba discreta al girar mi cuerpo, en el silencio diminuto entre el canto de un pájaro y otro. Te amo en ese íntimo e ínfimo instante en que se detiene el corazón, en esos momentos en que te imagino en el ritmo que mueve toda la vida. Te amo en la mirada calmada y amorosa de mi hijo. Te amo en mis pensamientos y en mi risa.
Decido amar. Tú también puedes hacerlo. Puedes decidir amar a Dios y puedes decidir sentir amor por alguien.
No se trata del amor romántico, el de sentir química y atracción sexual. Ese tipo de amor no lo decides, no puedes proponerte que te guste alguien ni proponerte sentir atracción física por una persona.
Pero sí puedes sentir amor y conscientemente enviarle a alguien esa energía que sale del corazón como un sentimiento, como buenos deseos. Sí puedes sentir amor universal y regalárselo a otros.
Entonces sí podemos cumplir ese mandato de «amar al prójimo». Si no pudiera hacerse como un acto que salga de nuestra voluntad, no tendría sentido que nos lo pidieran. Sí, sí podemos decidirlo y sentirlo.
Mientras más amor damos, más lo sentimos, y más nos regalamos a nosotros mismos ese disfrute;porque sentir amor es placentero.
Ama entonces. Siente amor, sin esperar recompensas, sin esperar que hagan lo mismo por ti. Hazlo sólo para que aumentes el amor en ti, hazlo y permítete así conectarte más aún con la esencia divina en ti.
Cuando sientes amor y lo entregas en silencio, en la privacidad de tu casa, no hay vacío, porque ese amor te llena a ti primero para poder enviarlo. En ese momento no está mezclado con la necesidad de recibir algo a cambio, ni con el deseo de que se enteren qué estás sintiendo, ni la urgencia de que el otro esté allí.
En ese momento simplemente das, y esa onda que emites sin duda alguna se te devuelve crecida y te sube de vibración y te acerca más a tu verdadera esencia: hijo del amor universal.
En un momento así, es muy probable que de pronto te des cuenta que ese amor no sale sólo de ti, sino también de tu Ser Crístico, de la chispa de Dios que habita en ti. Es Dios quien está amando en ti y a través de ti, y ese amor es una puerta hacia la meditación, una puerta al estado de comunión con la divinidad, al estado en que no hay límites entre tú y Dios.
«Cuando irradio compasión y buena voluntad hacia los demás, abro el canal por el cual el amor de Dios puede fluir en mí. Su amor es el imán que atrae toda clase de bendiciones».
«Padre Celestial, Tú eres Amor y me has hecho a imagen y semejanza tuya. Yo soy la esfera cósmica del Amor, en la cual puedo ver, cual centellantes luces, todos los planetas, todas las estrellas, todos los seres y toda la creación. Soy el Amor que ilumina el universo entero».
Paramahansa Yogananda, Meditaciones Metafísicas.
Unámonos en la petición a los ángeles: acompañantes celestiales, les pedimos que hagan crecer el amor en todos nosotros, que aumenten los pensamientos de buena voluntad, armonía, comprensión, compasión y generosidad hacia todos los que nos rodean y más allá. Que así sea, hecho está. Gracias, gracias, gracias.
Un abrazo en la luz.