Carmen Beatriz está casada con Jorge, quien la humilla delante de sus hijos, es amable sólo cuando necesita algo especial de ella y la agrede verbalmente a diario. Ella se siente mal en la relación pero se considera incapaz de dejarla, no puede dormir sola, le da terror pensar que él la abandone y siempre consigue justificación para él y para la situación.
Anselmo vive con una mujer cada día más agresiva, en una casa que parece más un campo de batalla que un hogar. Las constantes peleas y agresiones son algo normal para él, ya que así era su abuela; y se dice «mi vida está mal con ella, pero sería peor sin ella». No soporta la idea de una separación.
Estos son ejemplos de relación disfuncional, en la que una de las partes pareciera estar adicta al sufrimiento e invierte toda su energía en mantener al otro a su lado. No hay verdadera cercanía sino juegos de poder; una de las partes piensa y siente por el otro, uno de los dos exige amor incondicional, agrede, controla y limita al otro.
Gloria Noriega, psicoterapeuta mexicana ganadora del premio Eric Berne 2008, otorgado por la International Transactional Analysis Association por su trabajo sobre este tipo de relaciones, explica que se trata de un «problema de relación dependiente de la pareja, caracterizado por frecuentes estados de insatisfacción y sufrimiento personal», donde una de las partes se encuentra enfocada en atender las necesidades de su pareja y de otras personas, sin tomar en cuenta las propias. «Se encuentra asociada con un mecanismo de negación, un desarrollo incompleto de la identidad, represión emocional y una orientación rescatadora hacia los demás».
A las personas en este tipo de relaciones patológicas se les denomina codependientes debido a que ambas partes comparten el mismo problema. Una depende de la otra para mantener el tipo de relación a la que están acostumbrados. Noriega señala que es importante hacer una distinción entre una persona «dependiente» -que se recuesta de los demás debido a una seria falta de confianza en sí misma- y la persona codependiente, que mantiene relaciones de pareja disfuncionales (amor adictivo).
La persona codependiente es justo lo opuesto a una persona típicamente dependiente, debido a que «se comporta de manera súper responsable y trabaja duro, haciendo muchas cosas para varias personas; es alguien que siempre trata de ser útil y de organizar o controlar la vida de otros a su alrededor.»
En una entrevista realizada por la Unión Nacional de Analistas Transaccionales de Brasil, Noriega señala que el desarrollo de la codependencia se ve favorecido cuando los roles de padres e hijos se invierten de manera disfuncional, «es decir, cuando alguno de los hijos asume el rol de padre o madre en la familia, al tiempo que sus padres adoptan una actitud infantil e irresponsable. Las codependientes son con frecuencia la hija mayor, la que toma el control de la familia».
Igualmente, la codependencia se asocia a los siguientes factores: ausencia de alguno de los padres en la infancia, violencia doméstica en la familia de origen, alcoholismo (en abuelos, padres y hermanos); una pareja alcohólica y maltratadora, y sumisión frente a la pareja.
Simbiosis no resuelta
Al nacer se establece una simbiosis, es decir, una relación natural entre la madre o el padre y el hijo, en la cual están tan unidos que parecieran un solo ser: la madre excluye -aunque sea parcialmente- la parte de su personalidad que contiene sus necesidades, para adoptar y atender las necesidades de su hijo. Funcionan así como un solo ser, en codependencia. Esta relación es normal y se va resolviendo a medida en que el hijo crece y desarrolla su propio adulto y su padre interno, es decir, su capacidad de raciocinio y su propio sentido del deber. Normalmente se resuelve en la adolescencia.
Esta simbiosis puede prolongarse en el tiempo cuando la madre (o el padre) son demasiado controladores, perseguidores o sobreprotectores y no estimulan el desarrollo y crecimiento psicológico del hijo. Entonces, lo que era una dependencia normal pasa a ser una simbiosis patológica.
Se ha observado que si no se resuelve la simbiosis, la hija (o hijo) va a tender a vivir relaciones de codependencia o simbióticas. Se comporta como la mamá (o papá) que controla, manipula o sobreprotege, sutilmente o de manera frontal. También puede convertirse en la parte niña que busca a alguien que tome las decisiones importantes, le diga qué hacer y qué no, y asuma la mayor responsabilidad en la relación.
Ellos también
Según Noriega, los hombres también se ven afectados por los mismos factores de riesgo que producen codependencia en las mujeres, «Sólo que por cuestiones culturales generalmente ellos responden con la actitud complementaria de control y machismo». Debido a que la paternidad irresponsable, la sumisión de la mujer y la violencia están muy presentes en la cultura latinoamericana, hay un alto porcentaje de relaciones patológicas.
«Sin ti no puedo vivir», «tú eres todo para mí», «eres la razón de mi existir»&, frases como éstas son tan comunes en las canciones, novelas, etc. que se le puede prestar poca atención. Sin embargo, hacen que esta manera de relacionarse en la que el sufrimiento es sinónimo de amor, se tome como algo normal, cuando en realidad «es un problema de salud mental» como lo señala Noriega. «Creo que es fundamental que la mujer de hoy tome conciencia de este problema, primero en ella misma para que pueda romper la cadena generacional, que de no cambiar seguirá afectando a su descendencia».
Negación y pasividad
En las relaciones de codependencia es común observar este tipo de conductas en ambas o alguna de las dos partes:
– Negación: niega para sí misma o para otros la existencia del problema o su capacidad de encontrar una salida; y piensa que es normal la vida que lleva. Hay autoengaño.
– Pasividad: no hace nada o hace algo que no tiene que ver con la solución de la situación.
– Sobreadaptación: obvia sus necesidades personales para atender los requerimientos de los demás.
– Incapacidad o violencia: se incapacita, por ejemplo, enfermándose; o entra en violencia verbal o física.